Las Dos Pasiones de Jesús: Andrei Tarkovsky y Mel Gibson

Luego de “La Mujer Maravilla 1984” no ha salido nada que quiera reseñar. Sí, tengo pendiente decirles qué opiné de “The Crown” y la última temporada de “Cobra Kai”. Pero no he terminado de verlas, así que esta semana decidí hablar sobre cómo dos diferentes directores nos muestran su versión de una historia universal: la Pasión de Cristo.

A ver, sí, hay muchísimas películas y series sobre la pasión de Cristo. Algunas de ellas cuentan la historia completa de Jesús, como “Rey de Reyes” de Cecil B. DeMille, “Jesús de Nazareth” de Franco Zefirelli, “Rey de Reyes” de Nicholas Ray, “La Más Grande Historia Jamás Contada” de George Stevens, “El Evangelio según San Mateo” de Pasolini y hasta la mexicanísima “El Martir del Calvario” de Miguel Morayta. Hay versiones de la vida de Jesús más… alternativas, como “Jesucristo Superestrella” de Norman Jewison, o “La Última Tentación de Cristo”, del guapo de Martín Scorcese. Otras se centran específicamente en la Pasión, como “La Pasión según Mateo” de Lordan Zafranovic.

Pero hoy, quiero hablar de dos polos completamente opuestos que retratan la Pasión de Cristo. Por un lado, una película comercial, la película sobre Jesús que más dinero ha ganado en toda la historia del Cine. “La Pasión de Cristo”, de Mel Gibson. Estrenada en 2004, estuvo rodeada de polémica no sólo por el catolicismo extremo de su director, sino por las imágenes duras, crueles y sanguinarias. A su decir, Mel Gibson quería exponer la pasión de Cristo de la forma más realista posible.

Del otro lado está una película que ni siquiera se trata sobre la pasión de Cristo, pero que nos presenta brevemente la pasión desde la mirada de su director, Andrei Tarkovsky. Si hay un director al que se le considera todo lo contrario del cine comercial, es éste. La película es “Andrei Rubliov”, que iba a ser llamada “La Pasión según Andrei”, pero se encontró con muchas trabas al respecto. De hecho, no se estrenó en la Unión Soviética durante años por su temática de un pintor medieval de iconos religiosos… digamos que todo el asunto religioso no le gustó al gobierno ateo.

Si quieres ver un video con esta reseña, aquí te lo dejo. Si prefieres el texto, entonces sigue leyendo.

Entonces, me pareció interesante comparar las miradas de un director de cine comercial con una película que se trata enteramente de la Pasión de Cristo y un director de cine de autor con una película que no se trata de la Pasión de Cristo. De un lado, la intención de mostrar la historia de la forma más realista. Del otro, la intención de dejar a un lado la realidad para comunicar mejor la visión del director.

Vamos a ello. “La Pasión” de Mel Gibson busca el realismo. Digo que lo busca porque, de repente, cae en cosas que están completamente ajenas a la realidad. Lo que sí busca es comunicar que Jesús sufrió como ningún otro crucificado de tiempos romanos. Gibson, un católico tradicionalista, quiere enseñarnos que Jesús se la pasó verdaderamente mal. Es la versión más sangrienta de los latigazos puesta en cine, además de una crucifixión lenta y dolorosa. La película está hablada en arameo y latín para adecuarse a cómo los personajes sonaban en aquél entonces y la intención original de Gibson era que la película no tuviera subtítulos. Como casi en todas las películas de la pasión, el contenido de los cuatro Evangelios se mezcla para intentar construir una narrativa lógica, interesándose poco por las contradicciones que esto pueda causar…

¿Qué contradicciones? El Jesús de San Marcos no sabe qué está pasando, cree que Dios lo abandonó en la cruz y por eso dice “Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. El Jesús de San Mateo sabe que es Dios hecho hombre, sabe qué sucede, por eso dice “Todo se ha cumplido”. Estas dos frases de Jesús son contradictorias, pero en las películas de Jesucristo suelen ponerse juntas como para darle una especie de cohesión forzada a las historias disímiles de los cuatro evangelios.

En cambio, la Pasión de Tarkovsky ni siquiera está basada en los evangelios, no pretende respetar del todo sus contenidos específicos, sólo la intención del mensaje. El director ruso saca a Jesús del árido desierto de Jerusalén y lo coloca en las nevadas montañas de Rusia, así de poco le importan los hechos duros de la historia. Es, literalmente, compartirnos a un Jesús ruso, al Jesús de los ortodoxos y los cristianos del este. Aunque vivía en la atea Unión Soviética, Tarkovsky era un fiel cristiano ortodoxo y eso se puede ver en la forma simbólica en que la fe y la espiritualidad aparecen en todas sus películas.

La forma simbólica… Esto es un buen punto. ¿Cómo andan los símbolos en ambos directores? Pues Tarkovsky maneja los símbolos de forma profunda. Ahí están, aunque no los veamos. Mel Gibson es mucho más obvio, nos pone los símbolos en la cara, convirtiéndolos literalmente en un personaje dentro de la película. Quizá uno de sus mensajes más sutiles es cuando él mismo aparece a cuadro, aunque fuera de foco. “Yo clavo a Cristo en la cruz porque fueron mis pecados los que lo pusieron ahí”. Pero no hay forma real de saber que ese es Mel Gibson sin haber visto una entrevista, así que el mensaje se pierde y es sólo un detalle bonito para él y la trivia para quienes ven los comentarios del BluRay. La famosa “lágrima de Dios” no sólo se aleja de la realismo que Gibson busca comunicar, sino que convierte el símbolo en una obviedad.

Ojo, me encanta “La Pasión de Cristo” de Mel Gibson, la disfruto mucho y creo que demuestra que es un buen director, mejor de lo que muchos quisieran aceptar. Pero también demuestra que no quiere (o puede, no lo sé) trabajar con el simbolismo cinematográfico, o no lo logra al nivel de otros grandes directores. Además, me parece que se queda muy por debajo de su intención de hacer realista la Pasión de Jesús. La película brinca de querer ser una mirada hacia un hecho histórico, casi como una dramatización documental, a jugar con simbología obvia y en tu cara. Hasta la hermosísima música de John Debney sirve para acrecentar las emociones y guiar los sentimientos del espectador.

Tarkovsky, por el otro lado, disminuye al 100% la sangre, el dolor y el sufrimiento. Vemos a un Jesús limpio, vestido, caminando por una pendiente que son los ojos llorosos de la misma tierra que sufre su muerte. Las caídas de Jesús están ahí, pero sobre la nieve, no el piso de roca caliente del desierto. No hay distinción de quiénes son los romanos que castigan ni los seguidores que lo acompañan. Todos ellos son pecadores, todos ellos lo pusieron en la cruz. Jesús tiene la fuerza de subir él mismo una pendiente, pues su sacrificio es otro. Su alma, dice el narrador, “es más liviana, como el alma es después de la comunión”. El Jesús de Tarkovsky va caminando por su propio pie hacia la muerte y hasta se lleva un puñado de nieve a la boca sin que se lo prohíban. Vestido con ropas de invierno, se coloca por sí mismo en la cruz, sin violencia que medie. La música es onírica, como un acompañamiento de fondo que busca hacer de la secuencia un pasaje que no es de este mundo, una memoria, un pasaje de la imaginación.

Sus símbolos están bien escondidos, si puedes verlos… muy bien, si no… ni modo, pero no por ello dejan de ser la vestimenta de sus encuadres. Intencionalmente la filmó en blanco y negro, aunque el cine a color ya estaba bien establecido. Esto es también un símbolo por sí mismo. Tarkovsky creía que no le damos valor al color de la vida, vamos por el mundo sin siquiera percatarnos del color de la realidad. El director nos está diciendo que vemos la vida en blanco y negro, mientras que el arte rescata el color y lo pone frente a nuestros ojos (por eso vemos las pinturas de Rubliov a todo color). El arte es una expresión de la vida, pero no es la vida. El arte es codependiente de la vida del artista que lo genera.

¿Hay alguna cosa que sea similar en ambas pasiones? Pues, además de la historia, el deseo de ambos directores de que sus encuadres y sus imágnees simularan obras de arte. En el caso de Mel Gibson, le dio instrucciones a su director de fotografía, Caleb Deschanel, para que cada encuadre pareciera una pintura de Caravaggio. Por su lado, Tarkovsky y Vladimir Yusov construyeron los encuadres para que parecieran frescos medievales ortodoxos, tales como aquellos del mismo Rubliov.

¿Qué se concluye de todo esto? Pues sólo quería mostrar la forma tan diferente en que dos cabezas nos cuentan una misma historia basados en la misma fuente de información. De cómo cada uno cuenta lo que quiere, lo que es importante para su corazón. Dos personas profundamente cristianas, con un vínculo emocional importante con la historia que están contando, pero dos formas muy diferentes de contarla. Por eso decía Wystan Auden: “algunos escritores confunden la autenticidad, por la que siempre deben luchar, con la originalidad, por la que nunca deben siquiera molestarse”.

Estos dos cineastas no quieren ser originales. Vaya, nadie que pretenda contar la historia de Jesús puede jugarle a que está escribiendo una historia nueva, por más diferente y moderna que la cuente (sí, te estoy viendo a ti “Matrix Revoluciones”). Pero los dos nos transmiten una historia cero original con su propia autenticidad. Uno quiere entretener en su cine, el otro no. Uno quiere generar impacto, el otro quiere generar reflexión. Uno quiere mostrar lo sangrienta y dolorosa que fue la pasión, el otro quiere mostrar la belleza del mundo, lo inexorable del tiempo, lo onírico de la narrativa. Uno quiere contarnos las cosas tal como cree que sucedieron y el otro quiere contarnos las cosas tal como las interpreta simbólicamente. Uno va a mil por hora, el otro se toma todo el tiempo del mundo.

Por esto es importante ver cine de todo. Porque hay muchas posturas, muchas técnicas y muchas formas de ver el mundo. No nos perdamos de unas por sólo estar metidos en ver las otras.

¿Ustedes qué opinan? ¿Qué otras películas de Jesús o la pasión han visto? ¿Cuál es su favorita? Cualquier cosa, pueden dejarme un comentario. También les pido que me dejen un like si les gustó este texto. También síganme en mis otras redes sociales, arriba de este blog están mi YouTube, mi Facebook y mi Instagram. Ahora sí, me despido, pero no sin antes desearles…

¡Buena Suerte!

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